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El Texto Iluminado
Comedia

Del 01 de febrero al 08 de marzo 2011
cartel
Cines Moderno. Plaza Martínez Zaporta, 5. Logroño
15 DE FEBRERO DE 2011 a las 20,00 h
Venta de localidades y de abonos para el ciclo en la taquillas de los cines, antes de la sesión.
Bésame, tontoTIEMPO DE AMAR, TIEMPO DE MORIR
A Time to Love and a Time to Die
1958. EE.UU.
Universal Pictures International Pictures
132 minutos. V.O.S.E.
15 DE FEBRERO DE 2011

DIRECTOR: Douglas Sirk.
GUIÓN: Orin Jannings a partir de novela homónima de Erich Maria Remarque «Zeit zu leben und Zeit zu sterben» [1954].
DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA: Russell Metty / Eastmancolor / Cinemascope, 1:2, 35.
PRODUCTOR: Robert Arthur.
MONTAJE: Ted J. Kent.
MÚSICA ORIGINAL: Miklos Rozsa Sonido: Leslie I. Carey y Vernon W. Kramer.
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Alexander Golitzen, Alfred Sweeny.
DECORADOS: Russell A. Gausman.
INTÉRPRETES: John Gavin (Ernst Graeber), Lilo Pulver (Elizabeth Kruse), Jock Mahoney (Immerman), Don DeFore (Boettcher), Keenan Wynn (Reuter), Erich Maria Remarque (profesor Pohlmann).

 

Y sin embargo, a pesar de todo, la primavera desafiando a la guerra, el amor sobreviviendo a un paisaje de muerte. Una determinada lucidez alcanza, pues, a los amantes: aferrarse al instante como lo único real, pues es el amor lo único que el cielo permite. La frágil planta que Elizabeth riega cuando las sirenas anuncian inminentes bombardeos es la réplica a esa caja que encierra las cenizas de su padre. Amor/muerte, guerra/primavera, tales son las brutales y sencillas antítesis que rigen el film. Era necesario, por ello, el color, para que así los vivos colores de la primavera coexistieran con los omnipresentes signos de la muerte. Los contrastes son constantes, sistemáticos: los bombardeos tienen lugar siempre en días radiantes de primavera en los que las llamas que arrasan los edificios se recortan sobre un cielo azul, exento de nubes. Ésta es la lucidez de los amantes: saben que no pueden escapar a su destino, que sólo pueden gozar instantes puntuales, intransitivos. Por eso, cuando acuden con sus mejores galas al restaurante de lujo son conscientes tanto de la ficción que construyen como de su necesidad de construirla. Se trata, tan sólo, de ficcionar unos instantes inmunes a la guerra, aun cuando éstos tengan que representarse, cuando otro bombardeo se anuncia, en los sótanos del restaurante. A la luz de una vela que —tales son las sangrientas metamorfosis del film— será sustituida por una mujer en llamas cuando una bomba alcance de lleno el lugar en que se encuentran. Aferrarse, pues, a los gestos, cuando ninguna otra cosa es posible. Reivindicar, por ejemplo, el derecho a romper la copa después de brindar con champán. Y sobre todo, afirmar desesperadamente el amor como gesto existencial de libertad, incluso si el destino niega todas las salidas. Así, la decisión de permanecer en el dormitorio haciendo el amor aunque estallen ya las bombas de un enésimo bombardeo. Ernest, como única respuests, cierra con calma la ventana, incluso la cortina.
Aunque con este gesto no puede silenciar el ruido de las explosiones, cada vez más cercanas.

Jesús González Requena, en «Douglas Sirk. La metáfora del espejo», Cátedra / Colección Signo e Imagen / Cineastas, Madrid, 2007, pp. 233-34.

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