Nicolás Ortigosa

Divina Comedia. Nicolás Ortigosa

Del 4 de junio al 16 de agosto de 2014

Horario

> De martes a sábado

De 11 a 13 y de 18 a 21 H.

> Lunes, domingos, festivos cerrado

Durante las fiestas de San Bernabé, del 7 al 11 de junio, el horario será de 12 a 14 y de 18 a 21 h.

IMÁGENES DE LA DIVINA COMEDIA

Carlos García Gual.
Como todos saben, la Divina comedia es el relato de un viaje excepcional, un viaje al Otro Mundo. Es un relato fantástico, alucinante, contado por el propio viajero. Es un relato en primera persona, como los grandes relatos míticos o fantásticos al Más Allá, el fabuloso mundo de la muerte y de los dioses, o el de paraísos isleños y lejanos; como el de Gilgamés, el de Odiseo, el de Eneas, o los de Simbad el Marino o Robinsón Crusoe o el Barón de Münchausen. Pero es un viaje más desaforado y espacioso que ningún otro, porque en su andanza ultraterrena Dante visita y evoca nada menos que tres ámbitos del Otro Mundo: el Infierno, el Purgatorio y el Cielo. (Los otros héroes viajeros se limitaban a ir al Hades, el mundo oscuro de la muerte, y a algunos encuentros con héroes antiguos, y apenas vislumbraban unos decorados mágicos y de vario colorido). El peregrinaje de Dante es complejo y sus encuentros, mucho más variados: va de abajo hacia arriba, en marcha ascendente y su final es el encuentro con el glorioso mundo del gran Dios único, señor de la luz y las estrellas. Por eso los medievales, que sabían poco de los títulos del teatro antiguo, llamaron al texto «comedia», porque acababa muy bien, con solemne final feliz, si bien, desde luego, sin elementos cómicos.
Dante es un gran poeta medieval, un espíritu severo y profundamente religioso, que viaja acompañado por buenos guías: primero por el más famoso poeta latino, Virgilio, y, luego, ya que un pagano, por gran poeta que fuera, no podía ser aceptado en el Cielo cristiano, por Beatriz, la amada lejana que fue inspiradora de la poesía y el amor del viajero florentino. Allá arriba dominan los ángeles de luz, y la cercanía del Señor del Universo hace que la belleza de los parajes celestes sea inefable. (También de Mahoma se cuenta que hizo un viaje a los cielos montado en el profeta Isaías y allí encontró a Dios, escribiendo con una maravillosa pluma en el Libro de la Vida).
El Dios de Dante se corresponde con el postulado y predicado por los teólogos de su tiempo: es el Dios del Pantocrátor románico y el Dios radiante y justiciero del Juicio Final de las catedrales. Su viaje no es el de un alma cualquiera, que, tras el juicio divino, va por sus pecados a parar al Infierno o, por un tiempo, al Purgatorio, o, en el caso de los santos bienaventurados muy puros, directo al Cielo. Dante, como viajero muy excepcional, recorre los tres espacios y va viendo lo que hay en cada uno de ellos. Y nos cuenta los personajes que han ido a parar al Infierno, y quiénes andan por el Purgatorio, y quiénes merecieron el Paraíso. En el Infierno están algunos conocidos suyos, y también algunos héroes antiguos y algunos amantes famosos, bien colocados en unos u otros círculos de fuego según el tipo de sus pecados. El texto dantesco tiene escenas muy impresionantes y se presta a ilustraciones diversas. La Divina comedia ha tenido, a lo largo de siglos, ilustradores magníficos, famosos y de estilos distintos. Como Botticelli, G. Doré, Blake y Dalí, entre otros.
Los dibujos de Nicolás Ortigosa, en blanco y negro, en líneas y manchas, con figuras que a veces son solo esquemas o siluetas inacabadas, no representan escenas precisas de la narración. Tan solo, en tamaño menor, advertimos la presencia de los dos viajeros, con mantos antiguos, y como espectadores del mundo infernal. Un mundo de oscuridad y figuras espantosas, arácnidos o monstruos de feroz y amenazador aspecto, figuras de pesadilla, criaturas del espanto sobrehumano o subhumano. El dibujante, obsesionado durante años con la narración dantesca, no ha querido ceñirse a pasajes determinados del texto, sino que nos habla de su propio viaje interior, onírico, en el que ha visto a Dante y Virgilio moverse admirados y arriesgados ante las tinieblas y los monstruos.

Frente a las numerosas estampas infernales, los cuadros del Purgatorio son solo unos cuantos. En estos las tinieblas ceden a la luz y se combinan con ella, en redes o pequeñas nubes. Extrañas figuras parecen alguna vez danzar en espacios abiertos; el horror oscuro no está ya aquí. Es el mundo de la esperanza, algo confusa ciertamente. Es un espacio y un tiempo de transición, de depuración, una cárcel con salida más o menos dilatada. Por aquí pasan, como vemos, algunos ángeles de grandes alas.
Luego viene el Cielo, como esperábamos. Pero un Cielo que, aquí, Nicolás apenas deja insinuado en un par de estampas muy escuetas, un cielo blanco y muy poco habitado, al parecer. Pero que se apunta porque es, según el texto, necesario para la feliz conclusión del viaje. Al final, en el último dibujo vemos a Beatriz y Dante, siluetas de finos trazos, mirando hacia lo alto.
Allí luce un punto negro, un astro único: Dios.
También esta serie de dibujos, negro sobre blanco en líneas alborotadas, cuenta un viaje, el de Nicolás Ortigosa. Tal vez un viaje interior, suscitado por la lectura del de Dante. A partir de la lectura ha imaginado un itinerario propio. No busca el sendero de las muchas figuras, ni nos dice nada del catálogo de aquellos personajes que Dante quiso evocar en su visita, sino que es una respuesta, muy subjetiva, tremendamente personal a la narración. Que sea fundamentalmente el Infierno, y no el Purgatorio, y mucho menos el Paraíso, lo que estas estampas evocan es, pienso, muy significativo. Es verdad que para cualquier lector el Infierno dantesco es un mundo mucho más vivaz e impresionante que los otros dos espacios superiores. En el Infierno, donde sufren los más grandes pecadores, están los personajes más interesantes, y también los monstruos. Y el Terror oscuro es lo que aquí tenemos apuntado una y otra vez en esos trazos que se enroscan y se van cerrando sobre sí, o en esos monstruos, en forma de araña o de cangrejo o de minotauro, que nos amenazan con grandes ojos y garras. No parece que las figuras Dante y Virgilio —turistas de algún modo en ese ámbito infernal— se asusten, son más bien observadores del mundo del espanto. Ellos, al fin y al cabo, pasan; los monstruos, permanecen.
Es más fácil evocar las tinieblas y sus espantos que las venturas celestes, desde luego. Son más diversos los demonios que los ángeles, tal vez. Pero aquí podemos sospechar algo más. Al lector de nuestros días el infierno le parece algo más real que el cielo. Como si estuviéramos cerca del uno y lejos del otro. Estas estampas lo sugieren.
Probablemente la mentalidad medieval era distinta. Dante dividió su obra en tres partes, equilibradas, y creía tanto en el premio celeste como en el castigo infernal, de acuerdo con el orden establecido por Dios según los teólogos de su tiempo. En todo caso, en esta representación del otro mundo sugerida por el gran libro de Dante es muy largo el Infierno y apenas se atisba el mundo superior. Acaso la pura luz no es fácil de dibujar. Acaso, como en los cuentos infantiles, el mundo de las sombras y los monstruos es más difícil de olvidar. Pervive en los sueños y las pesadillas. En su interpretación personal del mítico viaje, Nicolás Ortigosa lo evoca de modo muy original en sus dibujos, con líneas y siluetas, negro sobre blanco.

Septiembre 2013