Bedate

Bedate

Del 28 de agosto al 5 de octubre de 2014

Horario

> Laborables

De 11 a 13 y de 18 a 21 H.

> Festivos

De 12 a 14 y de 18 a 21 H.

> Lunes cerrado

20 al 25 de septiembre de 12 a 14 h y de 18 a 21 h

EL SUEÑO DE BEDATE

Jesús Sánchez Adalid.
Nos encontramos con una colección de cuadros realmente original y extraordinaria.
Bedate la ha inundado concienzudamente de simbolismos, de significados ocultos y de guiños que no pasan desapercibidos. Son cuadros para mirar con profundidad, para recrearse en el realismo tan característico suyo y al que el pintor nos tiene acostumbrados. Pero, en esta ocasión, la obra va más allá… Aquí el elemento distintivo que da unidad y cohesión a la colección, el reloj Rolex, es algo más que un objeto hermoso en sí mismo: evoca al hombre moderno que desea unir la joya, el aderezo, con la perfección material y tecnológica. Salvando las distancias, en cierto modo me recordaba a aquellos objetos sorprendentes que aparecen en algunos cuadros de Hans Holbein el Joven; como los relojes solares, y en especial el reloj poliédrico que aparece en la pintura titulada “Los embajadores”; aquel reloj marca una curiosa fecha que aproximadamente se puede intuir entre el 11 y el 14 de Abril de 1533… El cuadro nos muestra la única ilustración histórica que existe de este singular instrumento tan admirado en su época.
Diríamos que Bedate también ha querido representar un símbolo del tiempo, pero en categorías actuales, mediante un elemento contemporáneo. Aquí el reloj Rolex, pintado junto a numerosas evocaciones de la historia del arte, puede asimilarse con la máquina de Antiquitera, o el torquetum; uno de los misterios más interesantes que nos dejó la antigua Grecia, a pesar de que no se ha conservado ninguno hasta nuestros días.
Los antiguos griegos tenían dos conceptos y dos palabras diferentes para designar el tiempo. Cronos es un dios gigante que devora a sus propios hijos; representaba el tiempo que falta para la muerte, un tiempo que se consume a sí mismo. Cronos ya existía cuando todavía no había nada. Todo nace de él y él lo destruye todo. Su contrario Kairos, “el momento afortunado”, es un dios muy pequeño, como un duende con la cabeza calva que únicamente en la frente luce un mechón de pelo denso. Si agarras ese mechón eres afortunado. Si te retrasas un solo instante, resbalará tu mano por su calva y no podrás aferrarte a él. Cronos significa duración de una vida, época, destino, unido a la existencia misma, representaba el tiempo que falta para la muerte, un tiempo que se consume a sí mismo. Por eso, su opuesto es Kairos, hace referencia a aquellos momentos afortunados que trascienden las limitaciones impuestas por el miedo a la muerte.
Nosotros somos gente de un nuevo tiempo. Nos hemos acostumbrado a ver los mitos antiguos como cuentos para niños de una humanidad superada, como tímidos intentos de mentalidades imperfectas, inmaduras. Pero… ¿qué podemos decir de nuevo nosotros, hombres orgullosos de nuestros días, en reemplazo de aquello que decían nuestros ingenuos ancestros? ¿Acaso no estamos forzados a contar con otras palabras el mismo mito antiguo acerca de Cronos, que devora a sus hijos, y de Kairos que es corto, fugaz?

Hemos heredado ambas ideas sobre el tiempo. Por una parte, como un flujo universal, en cuyos chorros surge todo y todo se aniquila; lo que se consume, lo que nos queda por vivir. Y de otro lado, el “momento feliz”. Es como dice el Mahabarata: “El reloj no existe en las horas felices”. Ese instante que pasa volando o se hace una eternidad según lo disfrutemos o no, lo perdamos, se nos escape de las manos o se nos presente como nuestro peor enemigo. El tiempo considerado de esta manera siempre lo vivimos comoo un estado de ánimo. El tiempo de las cosas, aparte de ser nuestra referencia vital, la forma de sentir la realidad, nos indica que la vida es también movimiento, acción, mejora y superación. Y lo que importa no es el tiempo en sí; sino cómo vivirlo mejor. Nos interesa cómo apreciar serenamente el valor de cada momento.
Al vivir siempre tiempos distintos, como todo ser vivo, cambiamos de aspecto, cambiamos de expresión, cambiamos de ideas, de trabajo, de casa, evolucionamos; pero internamente seguimos siendo los mismos de siempre. El problema es ser capaz de aceptar estos cambios como semillas que harán germinar algo mejor. Siempre es preferible la aceptación que la resignación. Aceptar el tiempo nos hace sus aliados; la resignación nos convierte en sufrientes.
Lo que sabe un hombre a los 50 años, que no sabía a los 20, es incomunicable en su mayor parte. El conocimiento que ha adquirido con la edad no es el de fórmulas o términos, sino el de gentes, lugares, acciones… Un conocimiento que no se adquiere por medio de palabras; sino por las victorias y los fracasos, la serenidad y las noches sin dormir; las experiencias humanas, las emociones puramente terrenales, y, quizás también, con reverencia por las cosas que no podemos ver y que trascienden la realidad; con fe.
El sabio autor del Eclesiastés escribió hace miles de años: “Hay tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de amar y tiempo de olvidar, tiempo de trabajar y tiempo de descansar, tiempo de abrazarse y tiempo de separarse…”. Cuando acabamos de leer este preciosísimo pasaje de la Biblia, nos percatamos de que, por cada suceso bueno, hay, por lo menos, un suceso menos positivo y, sin embargo, esto también debe ser aceptado. La vida es un paradigma, una mezcla de gozo y de dolor. Dar rienda suelta a uno reprimiendo al otro provoca el desastre físico y espiritual. Dominar los altos y los bajos exige balance y equilibrio.
Resulta maravilloso disfrutar, sencillamente, con los colores y las formas de Bedate. Él, como amante de la belleza, desea transportarnos a ella, dárnosla como un regalo… Pero, al mismo tiempo, al “rescatar lo divino en el tiempo” la obra de arte equivale aquí a una emoción provocada por la experiencia, y busca exteriorizar una idea, analizar el yo y sugerir. El pintor quiere, sin ambages ni complejos, establecer correspondencias entre los objetos pintados y las sensaciones del perceptor, a la vez que ofrece el misterio, lo oculto, lo que se va, lo que fluye… Bedate en esta colección ha sentido abiertamente la necesidad de expresar una realidad distinta a lo tangible y, en el mismo título, “rescatar lo divino”, tiende abiertamente hacia la espiritualidad. El reloj aquí se convierte en su instrumento de comunicación, en un símbolo, que subyace entre figuras que trascienden lo temporal y lo material y que son signos de mundos ideales y raros. Hay pues una inclinación hacia lo sobrenatural, hacia lo que no es visible… En suma, hacia lo divino, como lo que es eterno en sí mismo.