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Los tríos con piano de
Joaquín Turina

11, 18 y 25 de enero 2010
Cartel
Auditorio Municipal de Logroño
20,30 horas.
Entrada Libre. Plazas Limitadas.

Introducción

Joaquín Turina, compositor sevillano nacido en 1882, se trasladó a París para trabajar en la Schola Cantorum durante siete años. Tras el estreno en la capital francesa de su Quinteto op. 1, recibió apoyo y consejos de Albéniz, éstos decisivos para la orientación de su carrera hacia un nacionalismo hispano del que jamás se apartó. En 1914 se intaló en Madrid donde residiría hasta su muerte.

Su primer trío, el nº 1 op. 35, tiene una configuración perfectamente clásica en cuanto a las formas y procedimientos, aunque sea atípica como estructura general: un Preludio y fuga, un Tema con variaciones y un final titulado Sonata. Las variaciones evocan aires populares de distintos puntos de España (muñeira, chotis, zortzico, jota, soleá), bien que, para lograr esta distinción, parecen tener que luchar contra el andalucismo que, de manera espontánea y casi inevitable, fluía de la pluma del maestro sevillano.

No es menos excelente música se Trío nº 2 op. 76. El primer tema cantado primero por las cuerdas y enseguida recogido por el piano, lejos de cualquier tipismo, presenta un tono casi brahmsiano. Un Allegretto aporta la segunda idea temática, esta vez inconfundiblemente turiniana, suavemente españolista. No encontramos un desarrollo musical propiamente dicho, sino una sección central (Lento) con una nueva idea melódica, un bello y muy andaluz canto presentado por el violonchelo. El último tiempo contempla la sucesión de siete breves secciones contrastadas.

La partitura de «Círculo…», op. 91, para la misma formación de trío con piano, es el último trabajo de Turina antes del penoso paréntesis de la guerra civil. Los títulos de los tres movimientos que lo integran se corresponden con el ciclo solar, Después de un comienzo sonoro sombrío, con protagonismo cantable del chelo, el material va progresando en tensión y en luz. El segundo tiempo de cabida al abierto españolismo andalucista que casi nunca falta en Turina, y que enlaza directamente con el tiempo final que va cediendo poco a poco en dinamismo.

Las sonatas de Beethoven para chelo y piano fueron las primeras obras importantes en esta formación que no solamente supone una parte de piano completamente escrita, sino que inaugura la era de la sonata romántica con violonchelo. La tercera sonata, la op. 69, corresponde a una época de madurez extremadamente fecunda («segunda época») del recorrido estilístico beethoveniano. En palabras de L. Lockwood: « las soluciones encontradas en esta sonata a los problemas de escala, de sonoridad relativa y de equilibrio entre los dos instrumentos aparecen como un realización tan importante como la originalidad y la calidad de las ideas puramente musicales». En la evolución de Beethoven constatamos una tensión entre el deseo de no abandonar las formas clásicas recibidas y la necesidad rebelde de disolverlas o, al menos, de remodelarlas. Esta tensión después de 1815 aparece con gran claridad. Las formas tradicionales están tácitamente minadas en la sonata op. 102 («freie Sonate» o sonata libre, como indica el manuscrito), abriendo la puerta suavemente al romanticismo. Escrita en un estilo sucinto, con discreción, disimulando los profundos sentimientos bajo apariencias caprichosas, esta sonata lleva la indicación de que debe ser tocada de un solo trazo, lo que corresponde mejor tanto a sus depuradas formas como a su concisa temática.

El trío nº 4 op. 11 fue escrito originariamente para piano, clarinete y violonchelo, después el violín vino a reemplazar al instrumento de viento; pero la partitura se puede tocar en las dos formaciones. A propósito de una audición de este trío, en marzo de 1799, el crítico del Allegemeine Musikalische Zeitung pudo estimar que Beethoven podría «dar muchas buenas cosas» si aceptaba escribir «con más naturalidad que rebuscamiento». La obra presenta tres movimientos: se omite el scherzo.

La obra habitualmente designada como Nocturno para piano, violín y violonchelo, op.148, de Schubert, lleva en realidad un título apócrifo. Se trata de un movimiento de trío –Adagio en mi bemol mayor– compuesto en 1827. Es un movimiento construido como una fantasía, en una escritura que es casi la de un dúo, con los dos instrumentos de cuerda enfrentados al piano.

Para finalizar este ciclo, se presenta un trío de Astor Piazzola, las Estaciones Porteñas, inspirado en ritmos de tango de su Argentina natal, en un arreglo de José Bragato, que también realizó otros arreglos para distintas formaciones de la música del maestro.

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