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El Texto Iluminado
Fantasmagoría

3 febrero al 3 marzo 2009
cartel
Cines Moderno. Plaza Martínez Zaporta, 5. Logroño
20,00 h
Abonos: 10 €. Localidades: 3 €
Podrán adquirirse en la taquilla de los cines Moderno,
los días de las proyecciones.
EL FANTASMA Y LA SEÑORA MUIREL FANTASMA Y LA
SEÑORA MUIR

The Ghost and Mrs. Muir. 1947. EE UU. Fred Kohlmar/Twentieth Century-Fox. 104'. V.O.S.E.
10 DE FEBRERO DE 2009

Director: Joseph Leo Mankiewicz.
Guión: Philip Dunne, a partir de la novela de R. A. Dick (seudónimo de Josephine A.C. Leslie) The Ghost and Mrs. Muir (1945).
Fotografía: Charles Lang Jr./Blanco y negro/1:1, 37.
Música: Bernard Hermann.
Montaje: Dorothy Spencer.
Dirección artística: Richard Day y George B. Davis.
Vestuario: Oleg Cassini, Eleanor Behm, Charles Le Maire.
Decorados: Thomas Little y Stuart Reiss.
Efectos especiales: Fred Sersen.
Montaje: Sam O’Steen y Bob Wyman.
Intérpretes: Gene Tierney (Lucy Muir), Rex Harrison (Capitán Daniel Gregg), George Sanders (Miles Fairley), Edna Best (Martha Huggins), Vanesa Brown (Anna Muir de adulta), Natalie Word (Anna Muir de niña), Anna Lee (Mrs. Miles Fairley), Robert Coote (Mr. Coombe), Isobel Elsom (Angelica), Victoria Horne (Eva).

La película de Mankiewicz es, sin embargo, una película sobre las palabras, sobre su fuerza, su capacidad de encantamiento, de persuasión, también de instigación, de seducción y de enamoramiento. No sólo se trata de eso, pero sin duda trata también de eso. El fantasma que habita la casa, el capitán de Barco Daniel Gregg con el rostro magnífico del actor Rex Harrison, contagia su vocabulario marino y levemente rudo a Lucy Muir desde su primer encuentro. Lucy va a la cocina en medio de una tormenta nocturna para calentar agua, se le apagan las velas y las cerillas que va encendiendo, e, irritada, desafía al fantasma a hablar y aparecerse, tachándolo de cobarde. Entonces hace acto de presencia el capitán Gregg por vez primera: una voz audible, luego una imagen visible, y Lucy lo acepta enseguida, pidiéndole sólo un instante para “acostumbrarse”. Y en esa misma conversación, en la que el fantasma se muestra todavía algo amenazante y le comunica el motivo de su acecho a la casa de la que fue dueño (un mero pretexto argumental algo débil: desea que se convierta en una residencia para marinos retirados y por eso no quiere inquilinos allí), Lucy se enfada y para mostrar su enojo grita tres veces la palabra favorita del capitán: “Blast!, Blast!, Blast!” en la versión original, el primer síntoma de contagio. Contagio verbal, eminentemente. También en esa escena aparecen otros dos elementos fundamentales de la película: la natural aceptación de los muertos como presencia activa y la potencia de lo inanimado, de los objetos, la capacidad que estos tienen para elegir a los vivos y a las personas en general, no meramente a la inversa, como suele creer la creencia común. Lucy reconoce enseguida al capitán –muerto, sin materialidad, sin carne como él mismo se encarga de recordar (“No tengo cuerpo desde hace cuatro años”)–como verdadero propietario de la casa, que de hecho ha pasado a pertenecer oficialmente a un primo, al cual Lucy paga el alquiler (....) Uno de los más extraordinarios aciertos de EL FANTASMA Y LA SEÑORA MUIR es que los dos personajes son plenamente conscientes de las diferentes dimensiones en que se mueven –la dimensión física y la dimensión ilusoria– y nunca se rebelan contra ellas. Habría sido un fácil recurso conmovedor que uno u otro hubieran intentado tocarse o abrazarse en algún momento, sin éxito y para su desesperación. Esto no sucede nunca: jamás se rozan, jamás se subraya la imposibilidad del contacto, la frustración y el horror de desearlo y no tenerlo jamás se hace visible. JAVIER MARÍAS, en Vida del fantasma, El País Aguilar, Madrid, 1995, pp. 84-87.

Historia romántica y fantástica, que se mueve a medio camino entre la vida y la muerte, entre la imaginación y la realidad, sin cruzar nunca la estrecha, imperceptible frontera que separa una de otras. Sin adentrarse en la ficción fantástica, sin utilizar efecto visual alguno, “el racional Mankiewicz parece creer, al menos durante hora y media, en los fantasmas con la misma fuerza con que Dreyer optó por hacer el milagro de ORDET, Mizogouchi la aparición de UGETSU MONOGATARI, o Tourneur la existencia de casas hechizadas (I WALKED WITH A ZOMBIE)” según relata Miguel Marías. EL FANTASMA Y LA SEÑORA MUIR lleva mucho más lejos que otras películas suyas, la reflexión de Mankiewicz sobre la presencia obsesiva del pasado en el presente y sobre el transcurso del tiempo, sólo que en este caso dicha reflexión se encuentra felizmente contaminada por la fuerza arrolladora del deseo y de la ilusión. El arrastre de ambos, el empuje sutilmente humorístico y apasionantemente romántico del relato, la melancólica añoranza de una felicidad que no pueden alcanzar a riesgo de borrar los difusos límites entre la vida y la muerte, generan una bellísima reivindicación del deseo, que por su fuerza transgresora, más allá de la realidad, no hubiera desdeñado firmar ningún surrealista. Las largas conversaciones entre estos dos seres solitarios necesitados de compañía, dan pie a Mankiewicz para registrar con fina sensibilidad un proceso de enamoramiento que es una pura delicia, en el que vuelca hondura y sentimiento a partes iguales y a través del cual vemos transfigurarse a dos personajes que gracias al amor pueden encontrarse vivos incluso después de muertos. CARLOS F. HEREDERO, en J. L. Mankiewicz, Cinema Club Collection, Barcelona, 1990, p. 104.

Para ayudar a la encantadora viuda, el fantasma del capitán Gregg le dicta sus picarescas y apasionantes memorias. Así, en largas y misteriosas conversaciones, se van enamorando la viva y el muerto. Superada ya por la atracción entre polos opuestos la distancia inicial que les separaba, una frontera infranqueable impide su unión: la que distingue la vida de la muerte. Como en los grandes románticos, en George du Maurier (autor de Peter Ibbetson) y en los surrealistas, triunfa el deseo: Gene Tierney (o Lucy Muir) se desvive literalmente ante nuestros ojos para poder así reunirse con su impalpable amado en la tierra de nadie de las almas errantes. Esta apasionada vindicación del amor –sin el que no hay vida, con el que puede haberla hasta la muerte– no es un melodrama, sino una emocionada comedia, prodigio de equilibrio, elegancia, fino humor y añoranza. Por parte de Mankiewicz, la lucidez de no recurrir a los efectos especiales, ni a las composiciones poéticas ni a la pura fantasía: como no es René Clair, su película está siempre, como el fantasmagórico lobo de mar, entre dos mundos, en la precaria frontera, proyectada hacia el otro cada vez que gravita hacia uno de ellos (como los protagonistas). No hay superioridad en su actitud ni incredulidad alguna ante la historia. MIGUEL MARÍAS, en Casablanca, 14, febrero de 1982, p. 41.

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